Lejos del software de propietario, de la rigidez del programario convencional, de las licencias, la individualidad y las grandes corporaciones, el open source abre una puerta para entrar en el software hasta la cocina, estamos invitados.
La filosofía del código abierto se basa en la optimización mediante la colectivización y las mejoras introducidas por las manos expertas en las que caiga el software durante su trayecto de expansión. Gratis y modificable, ¿qué más se puede pedir? La única condición consiste precisamente en no poner limitaciones a la distribución ni castrar su maleabilidad, en no atentar, en definitiva, contra la esencia y el motivo de ser del código abierto. ¿Beneficios para el usuario? Bastantes y jugosos. Mientras emplee un programa suscrito a estos principios, accederá a sus servicios sin invertir un euro. Si dispone de los conocimientos necesarios, amoldará el código a sus necesidades y lo liberará de nuevo.
Desde la cocina del código abierto se abre también una ventana a esta nueva sociedad de lo común y lo gratuito, que al cerrarse resulta un espejo de la tendencia general a la circulación fluida de conocimiento y herramientas.