miércoles, 5 de mayo de 2010

Pasa hasta la cocina

Lejos del software de propietario, de la rigidez del programario convencional, de las licencias, la individualidad y las grandes corporaciones, el open source abre una puerta para entrar en el software hasta la cocina, estamos invitados.

La filosofía del código abierto se basa en la optimización mediante la colectivización y las mejoras introducidas por las manos expertas en las que caiga el software durante su trayecto de expansión. Gratis y modificable, ¿qué más se puede pedir? La única condición consiste precisamente en no poner limitaciones a la distribución ni castrar su maleabilidad, en no atentar, en definitiva, contra la esencia y el motivo de ser del código abierto. ¿Beneficios para el usuario? Bastantes y jugosos. Mientras emplee un programa suscrito a estos principios, accederá a sus servicios sin invertir un euro. Si dispone de los conocimientos necesarios, amoldará el código a sus necesidades y lo liberará de nuevo.

Desde la cocina del código abierto se abre también una ventana a esta nueva sociedad de lo común y lo gratuito, que al cerrarse resulta un espejo de la tendencia general a la circulación fluida de conocimiento y herramientas.

Aquí y ahora


Tenemos un teléfono móvil, un iphone, un ipod touch o una blackberry. Estamos conectados, hemos generado una nueva vía de comunicación con el mundo y también, sin saberlo, con el marketing y la publicidad. Directamente mediante anuncios que llegan a nuestra terminal en forma de mensajes, a través de la actividad del bluetooh o mismamente por inserción en las propias páginas web que podríamos visitar desde cualquier ordenador, el universo publicitario se ha colado en nuestro bolsillo. Aparecen nuevas vías para una promoción que alcanza directamente a su destinatario y que le llega sin rodeos a un elemento familiar e imprescindible como el teléfono móvil.

La cuestión se plantea precisamente en el futuro de los pequeños electrodomésticos dedicados a la comunicación y en las fronteras de la conexión que comienzan a desdibujarse. En la playa, en la oficina, mientras salgo a correr, el mensaje publicitario puede alcanzarme en cualquier momento y el cualquier lugar, también aquí y ahora, y convertirme cuando quiera en su público.

Las llaves de internet


En los tiempos que vivimos, una de las claves que sustentan internet es la aparente democratización de su uso. La red, alimentada por todos, debería ser también para todos. Ligados a esta premisa nacen los conceptos de usabilidad y accesibilidad. El primero atiende al nivel de dificultad que presenta una página web para ser explorada por el usuario, es la resistencia de la web a ser navegada o la facilidad con la que sus contenidos se presentan al internauta. El segundo, la accesibilidad, persigue la preservación del derecho de personas con algún tipo de discapacidad de acceder a la red en las mismas condiciones que un usuario en posesión de todas sus facultades. Páginas en flash, con contenidos desclasificados, demasiado visuales o basadas en el sonido suponen a diario escollos que lastran la asunción total del disfrute de internet por parte de esta fracción de la población.

El World Wide Web Consortium vela por la adaptación de los contenidos online a los sistemas de reconocimiento empleados por usuarios discapacitados y por garantizar su acceso libre y completo a la red de redes. A pesar de la recomendación de diseñar para todos, y de la obligación de algunas páginas web, como las oficiales, de cumplir a rajatabla sus principios, son muchas las puertas cerradas que encuentran los internautas discapacitados. Encontramos webs certificadas que no siguen ningún criterio de accesibilidad, webs en flash que ni siquiera son usables. Pero despuntan también otras que, concientes de la realidad actual, se comprometen con la accesibilidad y tratan de dar lugar, definitivamente, a la web de todos.