El lector que atraviese lapuertademonica formará parte, ya, de una web 2.0. Lo que hubo antes y lo que vendrá, una evolución desde el estatismo y el poder del informático hacia la inteligencia artificial.
La web 1.0 se entiende como el prototipo de página que empezó a generarse cuando Internet inició su expansión y que todavía persiste para ciertos usos. Su creación requería de conocimientos informáticos avanzados y, por lo tanto, la producción de estas propias páginas y de sus contenidos quedaba en los teclados de un reducido colectivo de individuos con nociones sobre programación y HTML. Esta forma de página se caracteriza por su estatismo y por la ausencia o escasez de elementos interactivos para sus visitantes, que tan solo se materializan en formularios o boletines. Así, un pequeño grupo daba lugar a espacios que visitaban muchos internautas; pocos eran los que realizaban webs y muchos los que únicamente podían limitarse a pasar por ellas. En cuanto al concepto de actualización, difería bastante de la periodicidad que hoy en día entendemos como aceptable.
La llegada de la web 2.0 supuso una explosión en cuanto a “democratización” de la red, sus soportes y los contenidos de estos. Con su aparición, cualquiera, sin ningún tipo de profesionalización al respecto, puede abrir su propia web y rellenarla con la información que desee: verdadera o no, adecuada o no, interesante para el gran público o no. Ahora ya no hablamos de visitantes sino de usuarios porque su actividad no acaba en la visita a la página web, sino que pueden modificarla. La web 2.0 es todo lo contrario a lo inmutable y su valor añadido reside precisamente en ese aspecto, en su interactividad, en la actualización constante por un usuario que hace lo que quiere y como quiere, dentro de los márgenes que plantee la herramienta que emplee para publicar. Ahora, cada usuario fabrica contenidos para un grupo menor, ya que hay otros muchos en su situación que acaparan parte de las visitas. Mucho se ha discutido sobre los beneficios de la web 2.0 en la colectivización de la información, sin embargo su propia apertura requiere de filtros en la selección y aceptación de lo que leemos en la pantalla.
El concepto de web 3.0 no está todavía muy definido, existen debates abiertos al respecto que no acaban perfilando una imagen clara de cómo podría esto llegar a materializarse. Sin embargo, todas las ideas parecen converger en la imagen de una web inteligente, una web semántica que va un paso más allá e introduce la inteligencia artificial. ¿Cuándo la conoceremos? Algunos afirman que la web 2.0 estaba llamada a haber dado este paso, así que no parece un futuro muy remoto el que va a llevarnos a esta nueva concepción de la web.
La web 1.0 se entiende como el prototipo de página que empezó a generarse cuando Internet inició su expansión y que todavía persiste para ciertos usos. Su creación requería de conocimientos informáticos avanzados y, por lo tanto, la producción de estas propias páginas y de sus contenidos quedaba en los teclados de un reducido colectivo de individuos con nociones sobre programación y HTML. Esta forma de página se caracteriza por su estatismo y por la ausencia o escasez de elementos interactivos para sus visitantes, que tan solo se materializan en formularios o boletines. Así, un pequeño grupo daba lugar a espacios que visitaban muchos internautas; pocos eran los que realizaban webs y muchos los que únicamente podían limitarse a pasar por ellas. En cuanto al concepto de actualización, difería bastante de la periodicidad que hoy en día entendemos como aceptable.
La llegada de la web 2.0 supuso una explosión en cuanto a “democratización” de la red, sus soportes y los contenidos de estos. Con su aparición, cualquiera, sin ningún tipo de profesionalización al respecto, puede abrir su propia web y rellenarla con la información que desee: verdadera o no, adecuada o no, interesante para el gran público o no. Ahora ya no hablamos de visitantes sino de usuarios porque su actividad no acaba en la visita a la página web, sino que pueden modificarla. La web 2.0 es todo lo contrario a lo inmutable y su valor añadido reside precisamente en ese aspecto, en su interactividad, en la actualización constante por un usuario que hace lo que quiere y como quiere, dentro de los márgenes que plantee la herramienta que emplee para publicar. Ahora, cada usuario fabrica contenidos para un grupo menor, ya que hay otros muchos en su situación que acaparan parte de las visitas. Mucho se ha discutido sobre los beneficios de la web 2.0 en la colectivización de la información, sin embargo su propia apertura requiere de filtros en la selección y aceptación de lo que leemos en la pantalla.
El concepto de web 3.0 no está todavía muy definido, existen debates abiertos al respecto que no acaban perfilando una imagen clara de cómo podría esto llegar a materializarse. Sin embargo, todas las ideas parecen converger en la imagen de una web inteligente, una web semántica que va un paso más allá e introduce la inteligencia artificial. ¿Cuándo la conoceremos? Algunos afirman que la web 2.0 estaba llamada a haber dado este paso, así que no parece un futuro muy remoto el que va a llevarnos a esta nueva concepción de la web.